Sin alejarnos demasiado de la evidencia naif del título —los maestros de escuela enseñan a escribir cada día, con mayor o menor acierto dependiendo de los gobiernos—, resulta evidente que toda escritura es un código que transmite un mensaje (una información, un estado, quizá un sentimiento) y todo código puede ser asimilado, de igual forma que se adquieren las bases de una profesión. Pero el ser humano no es —al menos por el momento, mal que les pese a algunos— una máquina positiva y fría. Desde que descubrió los rudimentos del lenguaje (todo es un lenguaje, el ser humano sólo ha creado sus propios códigos), observó en el mismo una posibilidad que trascendía de lo evidente. Mediante la variedad y la diferencia de asociar sonidos, palabras y conceptos se vio capaz no sólo de transmitir emociones y sentimientos complejos, sino también de producirlos en el destinatario y trasformar de esta forma su visión de las cosas: la carta, el sobre y el cartero, tenían mucha más importancia de ...