Leer un cuadro: Las Hilanderas de Velázquez
Por Elena Muñoz
Conocido por el nombre de Las Hilanderas, aunque su título real es La fábula de Aracne, esta obra velazqueña nos espera para ser contemplada en el Museo del Prado de Madrid. (Óleo sobre lienzo).
Corresponde a la última etapa del pintor sevillano, llevada a cabo en 1657, tan solo tres años antes de su muerte. Se cree que fue un encargo de un particular, Pedro Arce, que era a la sazón montero mayor del rey Felipe IV, por lo que de alguna manera estaba vinculado a la Casa Real.
El cuadro representa la leyenda de Aracne, inspirada en el libro V de las Metamorfosis de Ovidio. Aunque los temas mitológicos no son los más abundantes en la obra de Velázquez, si los encontramos en obras como El triunfo de Baco (Los borrachos) o La fragua del Vulcano. En esta ocasión nos narra la historia de una joven tejedora que , llevada por la soberbia y la vanidad, osa retar a la misma Minerva a un duelo: ambas tejerán un tapiz que derimirá cuál es la más hábil en ese oficio. El final de la fábula cuenta como la diosa castiga a la mortal y la transforma en araña, por lo que es condenada a tejer su tela eternamiente.
Velázquez resuelve la composición colocando dos escenas en dos planos diferentes. En el primero se nos representa una escena cotidiana, como podría haber sido el de cualquier taller de tejedoras. En el segundo, al fondo y más iluminado, la resolución del combate, con las figuras de la diosa, a la que distinguimos por el casco, y de la joven Aracne, momentos antes de su transformación.
Toda la magnificiencia pictórica de Velázquez se encuentra en esta pintura. El resumen de su evolución a partir del tenebrismo de su juventud, bebido de las mismas fuentes de Caravaggio, pasando por las improntas de Rubens y del viejo Tiziano hasta conseguir esa magia infundidad al lienzo, esa "atmósfera" que hace que el aire, gracias al juego de la luz y de las pinceladas sueltas, ligeras, casi en algunos momentos abocetadas, recorra y envuelvan las figuras. Baste detenernos en el detalle de la rueca, situada a la izquierda del lienzo, para ver como su movimiento convierte en dinámico lo que debería ser el estatismo de una pintura.
Asímismo, la participación de espectador se hace realidad gracias a la figura que, al fondo, a la derecha, mira como invitando a entrar en la escena. Un juego que ya Velázquez utiliza en otras obras, como La rendición de Breda, La venus del espejo o Las Meninas.
En resumen, un cuadro que transmite a quien lo contempla la razón indiscutible de por qué Velázquez está considerado uno, por no decir el mejor pintor de todos los tiempos, como así lo definió otro grande, Manet.
Conocido por el nombre de Las Hilanderas, aunque su título real es La fábula de Aracne, esta obra velazqueña nos espera para ser contemplada en el Museo del Prado de Madrid. (Óleo sobre lienzo).
Corresponde a la última etapa del pintor sevillano, llevada a cabo en 1657, tan solo tres años antes de su muerte. Se cree que fue un encargo de un particular, Pedro Arce, que era a la sazón montero mayor del rey Felipe IV, por lo que de alguna manera estaba vinculado a la Casa Real.
El cuadro representa la leyenda de Aracne, inspirada en el libro V de las Metamorfosis de Ovidio. Aunque los temas mitológicos no son los más abundantes en la obra de Velázquez, si los encontramos en obras como El triunfo de Baco (Los borrachos) o La fragua del Vulcano. En esta ocasión nos narra la historia de una joven tejedora que , llevada por la soberbia y la vanidad, osa retar a la misma Minerva a un duelo: ambas tejerán un tapiz que derimirá cuál es la más hábil en ese oficio. El final de la fábula cuenta como la diosa castiga a la mortal y la transforma en araña, por lo que es condenada a tejer su tela eternamiente.
Velázquez resuelve la composición colocando dos escenas en dos planos diferentes. En el primero se nos representa una escena cotidiana, como podría haber sido el de cualquier taller de tejedoras. En el segundo, al fondo y más iluminado, la resolución del combate, con las figuras de la diosa, a la que distinguimos por el casco, y de la joven Aracne, momentos antes de su transformación.
Toda la magnificiencia pictórica de Velázquez se encuentra en esta pintura. El resumen de su evolución a partir del tenebrismo de su juventud, bebido de las mismas fuentes de Caravaggio, pasando por las improntas de Rubens y del viejo Tiziano hasta conseguir esa magia infundidad al lienzo, esa "atmósfera" que hace que el aire, gracias al juego de la luz y de las pinceladas sueltas, ligeras, casi en algunos momentos abocetadas, recorra y envuelvan las figuras. Baste detenernos en el detalle de la rueca, situada a la izquierda del lienzo, para ver como su movimiento convierte en dinámico lo que debería ser el estatismo de una pintura.
Asímismo, la participación de espectador se hace realidad gracias a la figura que, al fondo, a la derecha, mira como invitando a entrar en la escena. Un juego que ya Velázquez utiliza en otras obras, como La rendición de Breda, La venus del espejo o Las Meninas.
En resumen, un cuadro que transmite a quien lo contempla la razón indiscutible de por qué Velázquez está considerado uno, por no decir el mejor pintor de todos los tiempos, como así lo definió otro grande, Manet.
LA
FÁBULA DE ARACNE
(Las
Hilanderas)
Rodeado
por el marco de la historia
la
fábula de Aracne velazqueña
el
pecado y el castigo nos enseña
trascendiendo
del arte la memoria.
Pintado
por el artista de más gloria
el
cuento de la joven que se empeña
en
retarse con Minerva a la greña,
teje
con habilidad y con euforia.
Así
como el agua mueve la aceña
así
la diosa maldice acusatoria,
la
furia ancestral de ella se adueña.
Pues
es esta leyenda probatoria
que
mal fin le espera al que sueña
a los
dioses vencer con vanagloria.
EM
Muy buena definicion de dos cuadros en uno.
ResponderEliminarEl primero la cotidianidad del día a día.
Y el otro lo irreal, lo mitológico.
Muy buena definicion de dos cuadros en uno.
ResponderEliminarEl primero la cotidianidad del día a día.
Y el otro lo irreal, lo mitológico.