LOS POEMAS NO COTIZAN EN BOLSA, DE ELENA MUÑOZ
Cuando tuve el honor de presentar, en el
año 2015, la ópera prima poética de Elena Muñoz, Momentos de arena y hielo, afirmé que una escritora por vocación
como ella había encontrado en la poesía el adecuado cauce expresivo para cuanto
sólo cabe decir mediante la construcción de un sujeto lírico. Y ello resultaba
y resulta todavía más notable habida cuenta de que nos hallamos ante una
narradora sumamente certera, con un don innato para la fabulación y la trama, y
una habilidad indiscutible a la hora de repartir las cartas de la baraja entre
los personajes, al servicio de la intriga más o menos explícita, más o menos
compleja. La poesía se mueve en otros ámbitos; fundamentalmente, y como también
vine a decir entonces, el de la objetivación de la vivencia íntima para
propiciar la posible conexión con el otro, ya en el territorio compartido de la
universalidad del sentimiento; lo que se erigiría en la mayor prueba literaria
de aquella máxima del doliente filósofo Soren Kierkegaard: “Más ahondamos en
nuestro corazón, más ahondamos en el corazón de cualquier ser humano.” La
aparición ahora de Los poemas no cotizan
en bolsa, nº 3 de la nueva colección “Poesía Tatoo” de Ediciones Vitruvio,
confirma lo que supimos gracias a la publicación previa de Momentos de arena y hielo, y por ello podemos decir ya que Elena
Muñoz ha llegado, para quedarse, a esta esfera del corazón plural que es la
poesía; a este ámbito, a la vez plural y unánime, que quedó quintaesenciado y
definido inmejorablemente por Vicente Aleixandre en Historia del corazón: “El poeta canta por todos”.
Aquí,
pues, la eficacia proverbial de la autora, lejos de tramas, personajes,
intrigas y desarrollos narrativos, habita en el perfil de cada texto y, sobre
todo, en la gestación y formulación de las imágenes, que transitan por la senda
de hallazgos abierta ya en el primero de los poemarios, y de ahí que continúen
buscando la complicidad del lector en una reconocible longitud de onda
emocional. La tristeza es una “boca abierta / que gruñe entre bocado y bocado /
de frustración y rabia / porque nunca tiene suficiente”; la tristeza también
“tiene ese color / descolorido de la ropa pasada”. Y en la misma línea, la
desesperanza “está tejida con alambre de espino”. No resulta casual que
tristeza y desesperanza hayan tomado estas líneas como por asalto: mentiría
quien afirmase que Los poemas no cotizan
en bolsa es un libro alegre. Ya en el poema inaugural, cuyo título se hace
extensivo a la obra toda, podemos leer: “no hay agencias de riesgo / que den
ninguna valía a los sentimientos”; también que los poemas “no son una inversión
de futuro”. Nuestra actual sociedad de consumo, y la perspectiva
irrevocablemente economicista desde la cual se nos obliga a contemplar la
realidad, van conformando algo semejante a un entramado alegórico de fondo en
el transcurso del libro, de manera que la vida llega a parecer “demasiada letra
pequeña para un contrato / con vencimiento cierto”. Temas como la envidia –en
el gran poema “Francotiradores”, donde los envidiosos tienen “ojos de pescado
muerto / sobre una capa de hielo deshelado de tres días”-, los intereses
creados de la sociedad de la información cuyos efectos más indeseables
igualmente sufrimos –el poema “Mentira de saldo” resulta esclarecedor al
respecto-, la soledad –“mujer fatal / cuyo beso es la puerta giratoria / a un
purgatorio repleto de gente / sola”-, el extrañamiento –“los perros lanzan
dentelladas de aire, / ahogados por sus cadenas, / desesperados por la lejanía
/ de una luna que ni siquiera los mira”- o el desmoronamiento existencial y el
vacío –plasmados con tanto acierto en el texto titulado “O simplemente nada”-
comparecen en el poemario para dar carta de naturaleza, por oposición y como
defensa a ultranza frente a todos los riesgos, a la autenticidad, a la
salvadora autenticidad del sujeto lírico. Así, el poema “No es suficiente”
podrá incidir, con legítima coherencia, en la desavenencia radical entre la
señalada perspectiva economicista de nuestra sociedad de consumo y la esfera
íntima: “Caminé hasta el parque y sentada en un banco / escribí este poema con
mi alma intacta”. Si el mundo, a fin de cuentas, es “un libro de páginas en
blanco / lleno de gritos”, la referida autenticidad permite “la propia rebeldía
de querer ser yo misma”. También el aprendizaje del desamor en poemas como
“Cicatriz”. Y el canto por la marcha de los hijos en “Huecos en el alma”. Y el
lirismo esencial, vibrante y desnudo de la página titulada “A mi madre”.
Los poemas no cotizan en bolsa ensanchan
la trayectoria literaria de Elena Muñoz; una creatividad ya dueña del misterio del
tiempo, como la llamativa e inteligente economía de medios retóricos en torno
precisamente a la palabra “tiempo”, en el poema final del libro, vendría a
demostrar con creces. Misterio del tiempo, o misterio de la “palabra en el
tiempo”, como dijera don Antonio Machado.
ANTONIO DAGANZO
18 de enero de 2018
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