El Bosco: el pintor de los placeres y el Infierno

Descubrir a Jheronimus van Aken, pintor más conocido como El Bosco, a estas alturas es como descubrir que el sol sale por el este. No cabe duda de que es uno de los artistas más universales y que más han concitado -y concita- el interés de especialistas y público en general. No hay más que ver las largas colas que se han ido formando a lo largo del tiempo en que lleva abierta la exposición conmemorativa de su V centenario y que tiene como marco el madrileño museo de El Prado. La clausura, prorrogada quince días, se llevará a cabo el próximo día 25 de septiembre.

Para los que hemos sido y somos asiduos de este museo algunas de las obras expuestas son sobradamente conocidas, ya que forman parte de la colección permanente de la pinacoteca. Hablo de La mesa de los pecados capitales, El carro del heno, La extracción de la piedra de la locura, varias versiones de Las tentaciones de San Antonio Abad o la estrella de la corona, el archifamoso Jardín de las delicias. Otras provienen de países, de museos o colecciones que han cedido las obras para deleite nuestro.

Más allá de comentar desde el punto de vista artístico cada obra, su composición o su significado- existen miles de tratados que lo hacen mejor yo-, quiero dedicar este artículo a intentar transmitir las sensaciones, las emociones que mi visita a la muestra ha suspuesto.

Desde hace tiempo intento despojarme del barniz de licenciada en arte cuando contemplo una obra para intentar situarme ante ella simplemente como espectadora y dejarme llevar. He de reconocer que en un evento de esta magnitud es complicado, ya que el público en ocasiones situado frente a la obra distorsiona la percepción y es difícil conseguir la abstracción necesaria para conectar con la obra de arte y escuchar lo que nos cuenta, evitando ser nosotros los que hablemos de ella.

Durante una hora y media me vi inmersa en el mundo de los placeres, terrenales y divinos que el pintor flamenco reproduce en sus obras, dejando muy claro que ambos son excluyentes. Porque por muy deliciosa que sea la vida terrenal- la tabla central de El jardín de las delicias así nos lo muestra- terminaremos siendo condenados a ese Infierno que tan magistralmente reproduce, lleno de seres cuya fisonomía, no cabe duda, ha inspirado la iconografía maligna siglos después.

Toda la obra de El Bosco es una denuncia del pecado y de sus consecuencias. Un catálogo de las debilidades humanas, de la estupidez, de la necedad, de la locura, cuya única redención es Cristo. Pero, paradójicamente, en la retina queda impreso la mágnifica iconografía de lo prohibido, mientras de la sencilla placidez de la Redención se diluye en la pacífica pradera del Edén.

No hay más alternativa para el pintor que la condena o la salvación. Sirva como muestra la obra que aquí os dejo: Visiones del más allá, cuatro tablas que se conservan en la Galleria dell'Academia de Venecia, y que con una clara reminiscencia dantesca nos muestra esta dicotomía.

Luz, oscuridad; ángeles o demonios; pecado o redención: paradigmas que rodean la obra de El Bosco y que captan y te atrapan entre el Cielo y el Infierno.



Elena Muñoz






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