Leer un cuadro: El columpio de J.H. Fragonard

Cuando Fragonard, entonces un niño de seis años, llega a París, la Ciudad de la luz se está convirtiendo en el centro del universo social y artístico del mundo, en detrimento de Roma, que lo ha ostentado en el siglo anterior.

Nuestro pintor estudiará allí con dos grandes maestros: Boucher y Chardin, y alcanzará su madurez en un periodo artístico, el Rococó, conocido por su caracter lúdico, brillante, frívolo y sensual en contraposición al Barroco. Es un arte mundano, sin influencias religiosas y muy relacionado con la decoración de muebles, tejidos, adornos.

Desde el punto de vista artístico supone asumir el concepto enunciado por el filósofo alemán Alexander Baumarten de "el arte por el arte", sin ningún pronunciamiento moral. No hay más objetivo que el de la estimulación de los sentidos.

No solo en el arte sino también en la literatura se relaciona este estilo con lo libertino y con el hedonismo que tiene su pistoletazo de salida en la novela de Choderlos de Lanclos Las amistades peligrosas. Asimismo, al hablar de estos temas se nos vienen a la cabeza dos personajes de este siglo XVIII: Giacomo Casanova y el marqués de Sade, representantes genuinos del libertinismo, cuyo lema sería la no demostración de un amor sincero y,  simplemente,  la búsqueda del placer.

El cuadro que hoy comentamos pertenece al la Colección Wallace de Londres. Es de pequeño formato, de los denominados cuadros de gabinete, realizado con la técnica del óleo sobre tabla. Se puede decir que es uno de los símbolos de la época por su sensualidad.

La escena, dentro de una perspectiva muy acotada, nos presenta tres presonajes: una joven que en un columpio centra la atención, recalcada por el foco de luz que viene de la izquierda. Tras ella, en la penumbra, un anciano tira de las cuerdas para mover el útil del juego. Escondido tras la floresta un joven observa lo que las faldas acampanada de la muchacha enseña.

Lo que el pintor nos está mostrando es la fábula, la metáfora de un adulterio.Severamente criticado por las clases populares, el engaño en el matrimonio era, sin embargo, algo aceptado por las clases altas, ya que la uniones conyugales que producían generalmente por interés. Una vez asegurada la descendencia cada uno de los esposos  podían hacer de su capa un sayo, siempre con discrección.

Se puede decir, por tanto, que este pequeño cuadro refleja las costumbres libertinas de una clase social que poco sospechaba su sangrienta caida treinta años después, el 14 de julio de 1789, tras la toma de la Bastilla.



EL COLUMPIO

Damas y caballeros que mis palabras leéis
aprended qué es lo que pasa
a aquellos que no el amor
y sólo el dinero casa.

Vuela el lindo zapatito
vuela el columpio hacia el cielo,
entre  la verde árboleda
vuela el deseo ligero.

Ojos pícaros que observan
ocultos entre las flores
lo que esconden las enaguas
del amor de sus amores.

Más trabajando afanoso
para que el columpio suba
el esposo tira y tira,
ajeno a su desventura.

Pues él procura el sustento,
prestigio, honor y la fama
a su esposa, mientras esta
se mete en ajena cama.

Este cuadro hace veraz
ese refrán tan temido:
“el último en enterarse
suele ser siempre el marido”.

Elena Muñoz


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